sábado, 20 de diciembre de 2014

Bluebird [2]


Martijn Van Looy y su equipo han quedado en un antro frecuentado por la comunidad turca del Wideawake District, el Karanlık Bahçe, con el cliente anónimo que los contactó para el golpe de esta noche. El viejo sabueso da un trago a unos meados que le han dicho es bourbon mientras pasea la mirada entre los clientes del local tratando de adivinar quién es el pagador. Y en cuanto lo ve, al brasileiro, y encuentra el reconocimiento en sus ojos comprende que el jodido Cenoura es quien los contrató a través de la Red.
—Esto es un marrón, Martijn.
El que habla es Grey, su socio, que sentado junto a él también ha comprendido. 
Maitei, senhores. El brasileiro toma asiento—. ¿Cómo va eso? 
Y el viejo sabueso se siente viejo.
La jerga es un idioma no oficial que, como un virus que se propaga, se ha enquistado en gran parte de los nueve mil millones de la población mundial y muta constantemente. Las grandes firmas lo han entendido y lo emplean, acuñan e imponen nuevas expresiones, y cuando no estás en la onda (o sencillamente eres un carcamal) te encuentras con que la jerga ha avanzado a un ritmo más veloz del que tú hayas podido imaginar. Sin contar con el hecho de que esta nueva lengua toma gramática y léxico de cualquier otro idioma y, si bien la jerga es más o menos la misma en todas partes, a veces determinadas palabras cambian de un lugar a otro.
Cenoura se ha traído expresiones de Baja California y el penal de Pedro Sula.
—¿Lo tenéis?
—Debería arrancarte el corazón aquí mismo —le escupe Grey al dealer con su habitual frialdad cargada de afectación, cual noble de la Ilustración. 
Martijn eleva una mano para que Shin, el coreano que aguarda en la sombra, se acerque a la mesa con algo bajo el brazo. Un gesto de cabeza y el pequeño e introvertido técnico del equipo le tiende un maletín al brasileiro.
—¿Esto son manchas de sangre, Martjin? —bromea Cenoura mientras sortea, con habilidad y en apenas dos movimientos, el dispositivo electrónico que bloquea la cerradura—. ¿No es maravilloso?
La joven Ninka está junto a la barra vigilando, tal como él le ordenó, con la mirada clavada en la puerta y su cuerpo tenso como el de una pantera prevenida para el ataque. La amazona de ébano le dedica una escueta sonrisa.
Cenoura saca algo similar a un huevo metálico del maletín, del tamaño de un puño.
—U-un... un procesador cuántico susurra Shin como si del Santo Grial se tratase.
—Así es, y hay cuatro más. Lo guarda y cierra el maletín—. Deberíamos irnos, senhores.
Nadie va a ir a ningún sitio, Sandro —sentencia Martijn con un tono de voz de esos que hielan la sangre—. ¿Sabías que esos tipos formaban parte de las Tríadas?
Cenoura asiente con gravedad.
—Por eso, precisamente, deberíamos largarnos de aquí cuanto antes.
Y es ahora cuando Martijn repara en que Ninka se revuelve nerviosa buscando su arma, allá en la barra, porque acaban de entrar tres tipos con gabardinas de kevlar y esa expresión gélida que sólo los implantes de combate pueden esbozar en un rostro. La puerta del baño se abre y sale Micky, el guitarrista que ha ejercido de driver esta noche, y uno de esos tipos no duda ni un ápice a la hora de disparar. Diez metros. Al menos una docena de personas por el medio. La bala atraviesa esa distancia limpiamente para destrozarle la cabeza.
Sus sesos impactan contra la pared y comienzan a deslizarse. 

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