lunes, 12 de enero de 2015

Bluebird [6]


Cenoura se quita de encima la puerta, hay restos de yeso y cemento por doquier, y echa una mirada hacia Shin dudando todavía si salir o no: los dedos del asiático se mueven frenéticos en el minúsculo espacio de la caja de plástico donde está el cableado del montacargas. El brasileiro cree ver cómo el técnico del equipo mastica un par de maldiciones cuando lo apremia con la mirada.
—Se nos acaba el tiempo —se limita a decir antes de salir.
El humo apenas permite ver nada más allá de un par de pasos. Está a punto de volarle la cabeza a Grey, este sonríe cuando no aprieta el gatillo, y le hace un gesto para que le eche un cabo levantando a Martijn y a la chica.
—Se ha quedado ciega —apostilla el mercenario—. Es lo que tienen los implantes baratos...
Grey ha perdido la sonrisa y se desplaza un par de pasos aun antes de que Cenoura comprenda que algo no va bien. Nada de hecho. Y al girar la vista hacia la entrada ve a tres de esos tipos de negro entrando al local. Grey está más cerca del viejo sabueso y de la chica, y por desgracia le va a tocar a él enfrentarse a los recién llegados.
Grey parece entenderlo porque se desliza hacia sus compañeros.
El brasileiro toma aire y empuñando un segundo subfusil abre fuego de cobertura. Confía en poder darles una oportunidad a los otros tres, y no porque sienta un especial afecto por ellos: de no necesitarlos no se estaría jugando el pellejo en estos momentos. No estaría ofreciendo un blanco sencillo a los tres tipos que, la verdad, aún no han respondido a su ataque porque los ha cogido por sorpresa; gracias a Grey los ha visto unos segundos antes. El retroceso se vuelve brutal para sus muñecas, debe mantenerlas firmes si no quiere dislocarse una o dispararse a sí mismo, y se descubre gritando como una banshee enloquecida más o menos en el momento en que dos de ellos caen.
El tercero retrocede.
Sandro ríe en solitario, rodeado de muertos anónimos y con los casquillos de polímero a los pies, y tarda solo unos segundos en reconocer el sonido del montacargas funcionando. Apenas unas décimas en ver a través del ventanal destrozado cómo ya hay tres cañones listos para disparar, cuando esas luces rojas te apuntan no son amigos, y echa a correr hacia la trastienda. Hacia el montacargas. Y salta sobre la barra al escuchar la orden de fuego en cantonés procedente de la calle. Atraviesa el umbral sintiendo la triple detonación en sus oídos y descubre la estancia desierta y el montacargas cerrándose de nuevo.
—¡Mierda!
Se lanza hacia el escaso espacio que lo separa de la salvación percibiendo el inicio de la explosión a su espalda, en pleno vuelo, y al tocar el suelo con su pecho ya siente el calor opresivo y el aire escapando de sus pulmones en busca de la combustión final. Logra deslizarse por el hueco, ve a los otros tres en lo que parece una alcantarilla, y les va a decir algo en tono jocoso pero comprende al momento que la ha cagado; su brazo izquierdo queda atrapado entre el techo y el montacargas y se ve colgando cuando la presión de la maquinaria le aplasta el hueso. Cuando el fuego de la explosión le cuece el brazo en su propia sangre...
... y ni siquiera es capaz de gritar.   

2 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Joder, me he olvidado de respirar mientras leía...

Dile a Tarantino que la haga.

Saludos.

Mi Álter Ego dijo...

Ay, qué impresión... Un besote.