domingo, 12 de febrero de 2017

Bluebird [12]

La oscuridad se difumina, gradual, permitiendo que la atención haga foco sobre un niño. Cinco, seis años a lo sumo. Su ropa apenas podría definirse como tal, andrajos inmundos, deshilachados, y sus pies descalzos se sumergen en el barro a medida que avanza a través de las callejuelas de la favela. Lo hacen con cada paso que da. Como él mismo con cada nuevo día o decisión que se ve obligado a tomar... a pesar de su corta edad. Hoy es un mal día (cuál no lo es); Max, el líder de la pandilla, se ha enfadado con él porque no aportó lo suficiente al grupo después de horas rebuscando en el vertedero y porque luego se negó a ejercer de cebo con una turista japonesa, una anciana, para que el resto pudiera cogerla desprevenida y tirarla al suelo y patearla y quitarle todo lo que llevaba encima y escapar antes de que llegasen los de la Garda Nacional.

Você é um covarde —le escupió Max cuando miró hacia otro lado—. Pior do que um covarde. Você é um rato que quer tirar vantagem de nós.

De nada sirvieron sus ruegos, sus lágrimas —surcos sobre la mugre en su cara—, para contener el odio en las palabras de Max alentando al grupo para exiliarlo. Para dejarlo solo en las calles. Para humillarlo.
Ahora vaga sin rumbo, indagando en busca de algo que llevarse a la boca en las entrañas del cadáver abierto y olvidado a la intemperie que es la favela. Una rata más —llega a pensar que a lo mejor Max tenía razón—, que se deja llevar cuando un rostro amable le ofrece un pedazo de pan duro. Cuando lo conduce al interior de una de esas madrigueras a las que llaman casas; paredes de ladrillos desnudos, techo con medias botellas plásticas incrustadas para potenciar la luz del día en el interior, una pequeña bombona con un quemador, un colchón en una esquina. El mismo al que lo arroja el hombre en cuanto entra. El mismo donde le arranca la ropa y lo hunde con su enorme peso. Donde cree ser partido en dos y el dolor va más allá de lo imaginable. Mucho peor que los insultos de Max. Que las collejas del resto del grupo. Su espalda crujiendo. La sangre resbalando entre sus piernas contraídas. Y unos gritos que nadie parece escuchar.
Hasta que alguien lo hace.

No puede reprimir un alarido cuando tiran del hombre arrancándolo de su interior. Apenas es consciente de los golpes que recibe su agresor, los gritos, lloriqueos, el cuchillo sesgando aquello con lo que tanto daño le ha hecho. Y no tiene fuerzas para cubrirse o escapar cuando unos ojos se sitúan a un palmo de los suyos y una voz le pregunta cómo se llama. El hombre insiste. El niño recupera la voz aunque ya no es la suya la que escucha:

—Sandro...

Todo se va a negro.

—Sandro...

Cenoura despierta al escuchar su nombre.

Uno de los seguidores de Mitra, apenas unos ojos humanos en un conjunto de implantes de metal y cableado conectando las diferentes partes, lo está observando con una mueca carente del más mínimo atisbo de expresión. El brasileiro inspira con fuerza y deja escapar el aire con calma. Un mal sueño. Recuerdos que es mejor olvidar. Y se incorpora en la vieja camilla.

Está en una sala oscura, sin ventanas, con estanterías cubriendo casi cada centímetro de pared alojando piezas de repuesto e implantes para reciclaje. El hedor a podrido delata que algunos no fueron limpiados concienzudamente al arrancarlos del cuerpo de sus anteriores propietarios... y quiere pensar que ya estaban muertos cuando eso sucedió.

Solo ahora cae en la cuenta de que ha utilizado ambos brazos para inclinarse hacia adelante. El izquierdo es un acervo de metal y engranajes y polímero barato parcheando empalmes aquí y allá. La junta con su hombro —parece que han recortado el muñón— muestra rojeces e inflamación en las zonas donde grapas y clavos quirúrgicos cumplen la función de sujetar el implante. Y sonríe porque la ausencia de dolor le hace comprender que también, de regalo, le han colocado un atenuador neural bastante eficaz; al palpar distintas zonas de su cuerpo percibe el tacto de la caricia. Quizás algo adormecido, cierto, pero lo siente. Nada que ver con las primeras generaciones del implante que, directamente, acababan con casi cualquier tipo de sensación...

Un pensamiento le hace perder la sonrisa:

—¿Dónde está Dorian?

11 comentarios:

Cayetano dijo...

Simplemente: espeluznante.
Un abrazo, Borja.

DULCINEA DEL ATLANTICO dijo...

Difícil de imaginar algo así pero no imposible de hacerse realidad, tiempo al tiempo.
Como dice Cayetano Espeluznante .
Saludos Borja
Puri

DEMOFILA dijo...

Buenas tardes, gracias por tu visita y comentario, vengo a corresponderte.
He leído tu etrada y, como pones en ella, a veces alguna vez lo natural se hace realidad.
Me dcies en tu comentario que no falte la ilusión, la pasión y el amor, estas tres cosas nos llena la vida.
Un abrazo, feliz semana.

tecla dijo...

Cuesta hacerse a la idea de que estas cosas estén pasando y sin embargo así es. Me supongo ya que tu lo cuentas.
Gracias a ti y a personas como tu nos hacemos una idea, aunque estamos impotentes ante las desgracias.
Desgraciadamente estamos en manos de los poderosos que hacen de su capa un sayo y a merced de lo bueno o lo malo que se les ocurra.
Me ha gustado mucho tu página, tanto que te he agregado a la mía.
Gracias, Borja.

alfonso dijo...


Tienes una imaginación desbordada pero lo más importante es lo bien que redacta, para hacernos llegar el horror.
Me ha gustado mucho.

un saludo

· LMA · & · CR ·


jorge luis dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
AdolfO ReltiH dijo...

UNA HISTORIA QUE MUEVE FIBRAS...!
ABRAZOS

jesus alvarez dijo...

Madre mia menuda historia nos cuentas, aunque te deja el cuerpo....me encanta,saludos y feliz semana.

dijo...

Muy bien relatado todo ese inframundo que hemos creado,y así se nos pone el alma:" en los pies"pensando que no todo es ficticio,que esto existe,pero no queremos verlo.
A mí me desequilibra mucho saber del mal en el mundo,pero hay que darle cara y reflejarlo como tú lo has hecho.
Saludos

DEMOFILA dijo...

Hola, gracias por tu nueva visita, me ha encantado que lo hagas
Nadie sabe donde está Dorian, los corazones enfermos lo adoran porque ha sanado alguno de ellos.
Se ve que te ha dado por los corazones, te refieres al mi poesía cuando dices que es duro, así la escribí y así ha de quedar.
Un abrazo, feliz semana

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Para allá vamos. Hombres de carne y metal. Ya lo previó Orwell, en 1984. Nos deshumanizamos. La guerra de la inteligencia artificial. Muy buen texto. Un abrazo. Carlos